viernes, 31 de mayo de 2013

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Novecientos ochenta y siete palabras (menos de mil)

Lo que seguramente pasó fue algo así. Una noche de primavera, a comienzos de mayo, el 9 quizás, cuando todavía no llueve y quedan las ultimas noches frescas, luego de una sesión de trabajo junto a 4 o 5 de sus estudiantes-ayudantes-aprendices-modelos, Julius Shulman toma su Sinar Norma 4x5 (no la que le regaló Carl Hans Koch al fotógrafo de Neutra, porque esa la guarda en su estudio también en Hollywood Hills, a 10 minutos de allí, proyectado y construido por quien fuera su ayudante Raphael Soriano), le deja el Nikkor SW 90mm f4.5 que vino usando para los interiores por la tarde y la planta mirando a su ciudad.
Esa ciudad que viene retratando hacia desde su adolescencia. Se acuerda de su primer niñez en el campo, de su tiempo boyando en UCLA y de los doce dólares por las primeras seis fotos que le vendió a Richard Neutra en 1936, el austríaco de la mirada profunda, casi psicótica. Se acuerda de Neutra sosteniendo ramitas de eucaliptos frente a la lente “para que parezca que estamos en medio de la naturaleza”. Pero no. Shulman está en la ciudad. Frente a ella, entre el mar y el desierto. En la ciudad de Los Ángeles. Si la ciudad donde nació, Nueva York, fue el gran invento norteamericano de fin del siglo XIX, Los Ángeles nacía de sus cenizas a comienzo de los años 30, y sería el gran invento de la mitad del XX. Iba a ser no solamente un testigo de su esplendor, sino uno de los que lo registre con mayor lucidez. No muy lejos de allí, Marilyn Monroe probablemente estuviera compartiendo cama con algún Kennedy, o quizás con Frank Sinatra, quien ese año ganaría 20 millones de dólares, pero no por su talento musical sino por sus inversiones en diferentes negocios (entre ellos el nuevo invento norteamericano: Las Vegas). Ya era el centro de la exportación cultural americana al resto del mundo, y no casualmente la mayoría de las grandes contratistas militares durante la guerra fría se instalaban en sus alrededores. Ya era una ciudad de autopistas, pero todavía no se estancaba el tráfico. Los Ángeles era lo mejor que iba a ser, y Shulman tenía que capturar todo eso, inmortalizar lo que era Los Ángeles en 1960, hacerle su homenaje a su ciudad.
El encuadre es perfecto. Los voladizos de la casa enmarcando las luces en reticulado de la ciudad española, que se extiende debajo del plano inferior, y el vidrio que refleja el interior y el exterior y lo proyecta hacia el infinito, hacia el mar. Debajo, delante de todo, una reposera blanca le quita oscuridad a la imagen, y tranquilidad emocional, al mostrar el estilo de vida que esa casa representa. Que parece que está volando, pero claramente no lo está. Había hecho una prueba algunas noches antes de esta sesión, buscando el encuadre. Cuando lo encuentra, marca el sitio con crayón, y prueba primero una exposición larga. Cierra el diafragma para tener la mayor cantidad de profundidad de campo, y con las luces de la casa apagada, las luces de la ciudad prendidas, y un flash adicional en el exterior, dispara. Sabe que esa foto de prueba no puede ser parte de ninguna publicación sobre la casa. El flash exterior da una luz demasiado artificial, pero sin el flash ni se vería la construcción, así que se prepara para el día de la sesión. Necesita darle a Arts&Architecture una foto a color, aunque no le guste, así que lleva varias películas color además de la blanco y negro. Los muebles de la familia Stahl son removidos para la sesión y reemplazados por mobiliario más moderno y colorido. Ya sabe lo que necesita  para hacer la foto que él quiere darle a su ciudad. Shulman organiza un cocktail como fin de la jornada laboral. Pone un solo requisito: todos deben estar de blanco.
Al costado del hogar-fogón sus ayudantes instalan un reflector, mientras Shulman va corrigiendo su posición para que coincida con una columna y evitar áreas sobreexpuestas. Por supuesto prende las luces interiores, pero solamente para que esos grandes globos blancos no parezcan muertos, agregados. La escena tiene que estar bien construida para poder vender este estilo de vida. Llama a uno de sus ayudantes y lo ubica mirando hacia la ciudad, apoyado contra el gran ventanal abierto. Como si fuera Dean Martin, o el mismo Frank Sinatra. Saco blanco, pantalón negro, seguramente camisa blanca y moño blanco. El hombre mirando hacia el futuro que es ahora, desde lo más alto que es aquí. Esa es la imagen que representa la idea que Arts&Architecture vende. Hemos vencido. Estamos donde merecemos. Ya todos están listos. Dispara. Perfecto. Aplausos generales, todos muy contentos por una gran jornada, y por fin unos tragos para terminar el día y comenzar la noche. Shulman contempla la noche mientras prepara su equipo para ir guardándolo, pero le queda una última foto. Siempre deja película a mano. Dos de las chicas se toman un pequeño recreo. Charlan. Están de blanco, vestidos avispa con polleras que parecen flotar sobre sus zapatos perfectamente blancos. Los globos blancos. Ya tiene el encuadre que muestra todo lo que esa pequeña e insignificante casa puede mostrar. Ya tiene a la ciudad en su esplendor. Los cerros, las luces, el mar. Y ahora tiene la imagen de su tiempo. Las dos chicas charlando sobre la fiesta a la que van a ir, o sobre el chico que las espera. Porque ese hombre no representa realmente este tiempo. El futuro es ahora, el pasado también, no importa mucho nada más que lo que va a pasar después o antes de los 15 minutos de fama. No importa nada por afuera de lo cotidiano. Somos el centro del universo hoy, aquí, ahora. Nacimos con el sol. Dispara. Ha quedado inmortalizado ese instante banal. Todo es leve. Todo brilla. Y la noche oscura protege todos los ángeles.

3 comentarios:

La magia dijo...

Que buen cuento este... especial para un aficionado a la fotografía.

F. dijo...

Muy bueno, Wen! Esa manera del texo como de sacarle una foto al proceso de sacarle una foto. Pero sobre todo la manera de leer cada una, eso está muy bien!

Unknown dijo...

excelente. d:.